El año 2010 comenzó con un sin fin de experiencias audaces que jamás imaginé vivir, entre esas convertirme en prostituta.
Y es que hacía unos días que sentía un enorme poroto en la pechuga derecha que me molestaba tanto que decidí ir al doctor para determinar su origen.
Fue así, que comencé a realizarme una serie de exámenes porque era muy difícil detectar de que se trataba. El médico de la familia pensó en un cáncer mamario, mi ginecólogo pensó en un nódulo, el panadero pensó en un quiste, Piñera pensó en una moneda y mi personal training pensaba que se trataba de grasa que no he trabajado.
En fin, el dilema es que se dificultaba tanto el diagnóstico que para realizar cada examen todas las personas tenían que tocar mis limoncitos vírgenes. Y lo más terrible.
¡YO PAGABA PARA QUE LOS TOCARAN!
Mientras yo pensaba en lo peor, me acordé de aquel día que me salí de la dieta con una cajita de chocolates “Vizzio” y claro, uno se me fue por el camino viejo. Lamentable para mi pechuga toqueteada. Se quedó atascada ahí.