Ya que estamos en época de amor y paz por doquier, quisiera
compartir una bella historia que les llegará al corazón.
Hace algunos pocos años atrás, cuando era una niña de
dorados rizos le había pedido insistentemente al viejito pascuero una Barbie
para mi colección de barbies originales (o sea la segunda) porque era la muñeca
más increíble que una niña podía tener, no sólo era una rubia delgada y
despampanante, ¡sino que era la única del mercado que podía doblar sus brazos y
piernas! y su traje, ¿cómo olvidar ese traje verde con morado?. Era toda una
atleta como yo soñaba ser.
Luego de cenar los completos que le había pedido a mi mamá
de cena navideña mis papás me sacaron a la calle para ver si veíamos al viejito
volando con sus renos, y así fue, lo vi como todos los años. Entramos a la casa
y ahí estaba el árbol más grande que el de Nueva York, con esos adornos
importados de china (desde chica siempre fui internacional) pero nada me
impactó más que esa cajita alargada tal como el de la Barbie que soñaba y lo
mejor fue cuando mi papá lo tomó y dijo mi nombre.
Mis manos temblaban mientras mi corazón latía a mil abriendo
el regalo de mis sueños, pero cuando estaba sacando el papel de regalo y veo
arriba de la caja algo que no había visto en mi muñeca, y era el nombre “Barbara”,
no le tomé atención al nombre y seguí destrozando ese papel que me alejaba de
mi regalo, una vez que termino la veo, era la “Barbie” embarazada, ¡por la
cresta la embarazada! Mi cara puso la misma sonrisa de desilusión que tenía
“Barbara” con esa guata enorme y una guagua dentro. Luego de un rato quise
encariñarme con ella, pero aunque sacara la guagua igual era gorda, no tenía
cintura y cuando intentaba ponerle la ropa de las barbies flacas no le entraba.
Hoy con este sentimiento de navidad me doy cuenta que mi
vida se ha regido por esa gorda muñeca que arruinó mi infancia y por culpa de
santa nunca fui atleta.
Felices fiestas a todos!
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