Sencillamente no me podía concentrar, y en un momento de claridad mental recordé todos los consejos de estudios que aprendí en psicopedagogía:
¡Torpedos!
Saqué por primera vez mi cuaderno y comencé a traspasar la información en diminutos papelitos que pronto serían pegados con scotch por mis brazos y lugares que mi vista los pudieran notar y el profesor no.
De pronto uno de los “resúmenes” desapareció, lo busqué por todos lados, pero no aparecía. No me importó total aun me quedaba tiempo para hacer otro. Cuando los terminé comencé a disfrutar ese dulce sabor de triunfo.
Llego a la sala, saludo al profesor. Me siento y comienzo a dar mi examen como toda una campeona. Lo finalizo y se le entrego al profesor haciéndome la matea. El sonríe de forma coqueta olvidando la ética profesional, se queda mirando las maravillosas ondas doradas que naturalmente caen de mis cabellos hacia mis hombros. Y comprendo que es difícil resistirse a mi belleza.
Me doy vuelta para salir y me dice Pamela, acérquese. Levanta su mano y la extiende para acariciarme. Me puse nerviosa porque mis compañeros podrían pensar que el 7 que me sacaré no sería honesto, sino porque el profesor estaba enamorado de mí y no por el esfuerzo y dedicación que significa hacer esos torpedos.
Sacó un papel diminuto lleno de información que se me había pegado en el pelo. Y dice:
Nos vemos el próximo semestre,
Ahí comprendí el peso de ser tan regia e inteligente. El inventó esa excusa barata solo para poder verme todo un semestre más.